19.3.15

"Estoy."

Imagen: Créditos al autor.

"La emoción de saber era dominada por el sentimiento de la mansedumbre infinita de la existencia*. Nada malo para mí podía provenir de esos ojos azules y fijos con los que usted inspeccionaba mi destino.

  Toda la vida se me convertía en ese dichoso paisaje donde los sueños giratorios se nos presentan con la cara de nuestro yo. La idea del conocimiento absoluto se confundía con la idea de la similitud absoluta de la vida y de mi conciencia. Y de esa doble similitud extraía la sensación de un nacimiento muy cercano, donde usted era la madre indulgente y buena y aunque divergente de mi destino. Nada me resultaba más misterioso, en el hecho de esa videncia anormal, donde los gestos de mi existencia pasada y futura se pintaban a usted con su sentido repleto de advertencias y relaciones. Sentía que mi espíritu había entrado en comunicación con el suyo, en cuanto a la figura de esas advertencias.

  Pero en suma, Señora, ¿qué son entonces esos parásitos de fuego que repentinamente se deslizan en usted, y por artificio de qué atmósfera inimaginable? Porque finalmente usted ve, y sin embargo, el mismo espacio desplegado nos rodea.

  Lo horrible, Señora, está en la inmovilidad de esos muros, de esas cosas, en la familiaridad de los muebles que la rodean, de los accesorios de su adivinación, en la diferencia tranquila de la vida en la que usted participa, igual que yo.

  Y sus ropas, Señora, esos ropas que tocan a una persona que ve. Su carne, todas sus funciones. No puedo acostumbrarme a esa idea de que está sometida a las condiciones del Espacio, del Tiempo, que pesaban sobre usted las necesidades corporales. Para el espacio, usted debe ser demasiado ligera.

  Y, por otra parte, se me aparecía tan linda, y con una gracia tan humana, tan de todos los días. Linda como cualquiera de esas mujeres cuyo pan y espasmo estoy esperando, y que me elevan hacia un umbral corporal.

  A los ojos de mi espíritu, usted carece de límites y de bordes, es absoluta, profundamente incomprensible. Porque, ¿cómo se adapta a la vida, usted que tiene el don inmediato de la visión? Y esa larga ruta lisa donde se pasea su alma como un péndulo, y donde yo leería en verdad el porvenir de mi muerte.

  Sí, todavía hay hombres que conocen la distancia entre un sentimiento y otro, que saben crear espacios e interrupciones a sus deseos, que saben alejarse de sus deseos y de su alma, para luego volver falsamente como vencedores. Y están esos pensadores que rodean penosamente sus pensamientos, que introducen apariencias en sus sueños, ¡esos sabios que desentierran leyes con piruetas siniestras!

  Por usted, deshonrada, despreciada, sobrevolando por encima de todo, usted pone una chispa a la vida. Y he aquí que la rueda del Tiempo se inflama de un solo golpe, a fuerza de hacer rechinar los cielos.

  Usted me toma, de pequeñito, barrido, rechazado, y tan desesperado como usted misma, y me alza, me retira de ese lugar, de ese espacio falso donde ya ni siquiera se digna de hacer el gesto de vivir, porque alcanzó la membrana de su descanso. Y ese ojo, mirada sobre mí mismo, esa única mirada dolorida que es mi existencia, usted la magnifica y hace que se vuelva sobre sí misma, y he aquí que un brote luminoso provoca delicias sin sombras, y me reanima como un vino misterioso.

  *Nada puedo contra eso. Tenía ese sentimiento ante Ella. La vida era buena porque esa vidente estaba ahí. La presencia de esta mujer era para mí como un opio, más puro, más leve aunque menos sólido que el otro. Pero mucho más profundo, más vasto y que abría diferentes arcos en las células de mi espíritu. Ese estado activo de intercambios espirituales, esas conflagración de mundos inmediatos y minúsculos, esa inminencia de vidas infinitas cuya perspectiva me abría esta mujer, finalmente me indicabas una salida a la vida, y una razón para estar en el mundo. Porque sólo puede aceptarse la Vida a condición de ser grande, de sentirse en el origen de los fenómenos, por lo menos de cierta cantidad de ellos. Sin poder de expansión, sin cierto dominio sobre las cosas, la vida es indefendible. Una sola cosa es exaltante en el mundo: el contacto con las potencias de espíritu. Sin embargo, ante esta vidente se produjo un fenómeno bastante paradójico. Ya no experimento la necesidad de ser potente, ni vasto; la seducción que ella ejerce sobre mí es más violenta que mi orgullo, y momentáneamente me basta con cierta curiosidad. Estoy dispuesto a abdicarlo todo ante ella: orgullo, voluntad, inteligencia. Sobre todo inteligencia. Esa inteligencia que es todo mi orgullo. Por supuesto, no hablo de cierta agilidad lógica del espíritu, de la capacidad de pensar rápido y de crear esquemas veloces sobre los márgenes de la memoria. Hablo de una penetración a menudo de largo plazo. que no requiere materializarse para satisfacerse, y que indica profundos puntos de vista del espíritu. Precisamente sobre la base de esta penetración defectuosa y las más de las veces sin materia (y que yo mismo no poseo), siempre pedí que confiaran en mí, así debieran hacerlo cien años y el resto del tiempo contentarse con el silencio. Yo sé en qué limbos encontrar a esta mujer. Aquí sondeo un problema que me acerca al oro, a toda materia sutil, un problema abstracto como el dolor, que carece de forma y que tiembla y se volatiliza al contacto con los huesos.

"El arte y la muerte. Otros escritos." - Artaud.

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