26.12.13

"Humor."

Imagen: "A Period of Juvenile Prosperity." - Mike Brodie.

"Una voz habló en la obscuridad
y se hizo la Luz.
Y convocadas por la Luz sobre la Tierra
las criaturas nadaron
y avanzaron hacia la orilla
y vivieron en la soledad del jardín.
Todo esto lo sabemos.
Los Siete Días están escritos en nuestra sangre
con mano de Fuego.
Y ahora nosotros, hijos de los siete días eternos,
herederos de éste, el Octavo Día de Dios,
el Largo Octavo Día del Hombre,
estamos de pie en el Tiempo,
en la nieve que cae,
y oímos los pájaros de la mañana,
y mucho deseamos alas,
y miramos las señales de las estrellas
y necesitamos de ese fuego.

En este tiempo de Navidad
celebramos el Octavo Día del Hombre,
el Octavo Día de Dios,
dos mil millones de años sin fin
desde el primer amanecer sobre la Tierra
hasta el último amanecer de nuestra Salida.
Y el Noveno Día de la Historia de Dios
y la carne de Dios que se llama a sí misma Hombre
se consumirán en alas de fuego
reclamados por el sol y las lejanas hogueras de la luz solar.
Y el amanecer del Noveno día
nos revelará en la luz y en audaces conjeturas
sobre una orilla aún más lejana.

Buscamos allí nuevos Jardines para conocernos a nosotros mismos,
Buscamos nueva Soledad,
y nos lanzamos en una búsqueda errante.
Las misiones Apolo avanzan y Cristo busca,
y nos preguntamos mirando las estrellas:
¿las conoció El?

¿En alguna lejana Profundidad universal
holló el Espacio,
visitó mundos más allá de nuestro sueño cálido como la sangre?
¿Bajó a la solitaria orilla de un mar
semejante a Galilea,
y hay Pesebres en mundos lejanos que conocieron Su luz?
¿Y Vírgenes?
¿Y dulces declaraciones?

¿Y Anunciaciones? ¿Y Visitaciones de huéspedes angélicos?
Y, vasta luz estremecida entre diez mil millones de luces,
¿hubo alguna Estrella muy parecida a la estrella de Belén
que traspasó los ojos de reverencia y revelación,
una mañana fría y muy extraña?

En mundos errantes y perdidos
¿se reunieron los Hombres Sabios al alba,
entre los vapores nebulosos de la Bestia,
en un lugar con paja ahora convertido en Santuario,
para contemplar a un Niño más extraño que el nuestro?

¿Cuántas estrellas de Belén arden brillantes
más allá de Orion y del arco enceguecedor del Centauro?
¿Cuántos milagros de nacimiento inocente
han bendecido esos mundos?

¿Tiembla allí Herodes
en temible facsímil de nuestro obscuro y asesino Rey?
Ese loco guardián de un reino imaginario,
¿envía a extraños soldados
a matar a los Inocentes
de otras comarcas,
más allá de la Nebulosa de la Cabeza del Caballo?

Así ha de ser.
Porque en este tiempo de Navidad,
en el largo Día que totaliza Ocho,
vemos la luz, conocemos la obscuridad;
y las criaturas elevadas, nacidas, liberadas de tanta noche,
de cualquier mundo o tiempo o circunstancia,
deben amar la luz;
así, los hijos de todos los soles innumerables y perdidos
deben temer la obscuridad
que se funde ensombreciendo el aire
y estremece la sangre.
Qué importa el color, la forma o el tamaño
de seres cuyas almas son como carbones palpitantes;
en largas medianoches
necesitan salvarse de sí mismos.

¡Así, en lejanos mundos, bajo nevadas profundas y claras,
imaginad cómo el final de algún año obscuro
puede celebrarse dando a luz un niño milagroso!

¿Un niño
nacido en los develados misterios de Andrómeda?
¡Contad, pues, las manos, los dedos,
los ojos, los miembros increíblemente santos!
¿La suma de todos?
No importa. Basta.
Dejad que el Niño sea un fuego tan azul como el agua bajo la Luna.
Dejad que el Niño juegue libremente en las olas con peces de apariencia humana.
Dejad que la tinta de los calamares le habite la sangre.
Dejad que la piel reciba las ácidas lluvias de la química,
cayendo en tormentas de pesadilla que limpian quemando.

Cristo deambula por el Universo,
carne de estrellas,
asume formas de criatura
para adecuarse a los más suaves elementos,
se viste de carne más allá de nuestra vista.
Allí camina, se desliza, vuela, tropezando extrañado.
Aquí conduce a los Hombres.

Entre los diez trillones de haces luminosos
hay un billón de rollos bíblicos
con jeroglíficos grabados en la divina abundancia de los
en alfabeto innumerable, [mundos;
lenguas que no son del todo lenguas
suspiran, silban, se maravillan, claman,
pues Cristo se manifiesta en un tonante cielo carmesí.

Camina El sobre las moléculas de los mares,
hirvientes viveros animales,
caldo enloquecido y hervor y crecimiento de levadura.
Allá Cristo es conocido con muchos nombres.
Nosotros lo llamamos así.
Ellos lo llaman de otra manera.
Su nombre en cualquier boca sería una dulce sorpresa.
El viene con regalos para todos:
aquí, pan y vino;
allá, alimentos innombrables,
desayunos en que los buenos bocados caen de las estrellas
y Ultimas Cenas provistas de la materia de los sueños.
Y allí están en tiempos anteriores a la crucifixión del Hombre.
Aquí hace mucho que ha muerto.
Allá todavía no ha muerto.

Sin embargo, aun en la inseguridad y en la duda total,
el hombre asustado en la Tierra mira alrededor
y se viste de acero
y usa el fuego
y se admira a sí mismo en el gran vidrio del Vacío indiferente.
El hombre construye cohetes
y va a horcajadas en el trueno
en humildes avances
y orgullos muy comprensibles.
Temiendo que todo lo demás dormite,
que diez mil millones de mundos yazgan quietos,
nosotros, agradecidos por el Premio y beneficio de la vida,
vamos a ofrecer el pan y a vendimiar el vino;
queremos la sangre y la carne de El
para otras estrellas y los mundos de alrededor.

Despachamos santa carne
para visitaciones extrañas,
enviamos huéspedes angélicos
a vastos mundos
para contar que caminamos sobre las aguas del profundo Espacio,
llegadas, veloces partidas
del hombre más milagroso
que llevando a Dios apretado en cada célula
hace palpitar la santa sangre
y camina por la marea creciente
y la orilla oceánica del Universo.

Un milagro de pez
engendramos, reunimos, construimos y desparramamos
en metales a los vientos
que circundan la Tierra y deambulan en la Noche más allá de todas las Noches.
Nos elevamos, todos arcangélicos, alimentados de llamas,
en vasta catedral, ábside aéreo, bóveda descubierta
de constelaciones, todas ciego deslumbramiento.

Cristo no ha muerto
ni Dios duerme
mientras el Hombre despierto
avanza a zancadas en lo Profundo
para nacer nosotros mismos de nuevo
y sacar el amor
del miedo de extraviarnos
en la Tierra desgastada.
Recogida una cosecha, lanzamos la simiente para una nueva maduración.
Terminando así la Muerte
y la Noche
y la cesión del Tiempo
y el llanto sin sentido.

Buscamos pesebres en las Pléyades
donde el hombre, errante niño de carne divina,
pueda yacer con aquellos semejantes a quienes
una vez rodearon y adoraron la inocencia.

¡Nuevos Pesebres están esperando!
Nuevos Sabios disciernen
nuestros huéspedes de maquinarias
que escriben vida inmortal
y la firman Dios.
Abajo, abajo, cielos remotos.

Y después de correr e irse, llegar y acostarse a dormir
en alguna mañana profunda de invierno
a diez mil millones de años–luz
de donde ahora estamos y cantamos,
habrá tiempo de proclamar eternas gratitudes,
tiempo de conocer y ver y amar el Don de la Vida misma,
siempre menoscabada,
siempre restablecida,
salida de una mano y vuelta a la otra
del Señor.
Entonces despertaremos de aquella lejana, perdida
pesadilla del cuidado de la Bestia
y veremos nuestra estrella celebrada de nuevo en un Oriente
más allá de todos los Orientes,
más allá de una cellisca tamizada por las estrellas.
¡En esta época de Navidad
piensa en aquella Mañana que te espera!
¡Por eso, deja salir todos tus temores, tus gritos,
tus lágrimas, tu sangre y tus plegarias!
Todo abotagado e hirsuto un día
volverás a nacer
y oirás la Trompeta que irrumpe en el aire tembloroso de cohetes,
todo humilde, todo despojado
de orgullo, pero libre de desesperación.
¡Escucha ahora! ¡Oye ahora!
¡Es la mañana del Noveno Día!

¡Cristo se levanta!
¡Dios sobrevive!
¡Recógete, Universo!
¡Mirad, estrellas!
¡En los exultantes países del Espacio,
en una súbita, simple pradera,
mucho más allá de Andrómeda!
¡Oh Gloria, Gloria, una Nueva Navidad
arrancada del pozo mismo y de la orilla de la Muerte,
arrebatada a su garra universal,
a sus dientes, a su más frío aliento!
Bajo un sol muy extraño,
oh Cristo, oh Dios,
oh hombre soplado en las materias más increíbles,
eres el Salvador del Salvador,
el pulso de Dios y el compañero del corazón,

¡tú!, el Huésped que El levanta
a lo alto en la consagración,
su amada necesidad de conocer y tocar y decirse maravillas
a El mismo.
¡En este Tiempo de Navidad
prepárate,
en este santo tiempo
has de saber que tú mismo eres el más raro!

¡Más allá del vasto Abismo
mira a los que han llegado a Sabios,
reunidos con sus dones
que no son sino Vida!
Y Vida que no conoce fin.
Contempla los cohetes, más que plumas, en el aire,
todos semilla que salva una santa semilla
y la esparce aquí y allá en la Obscuridad indiferente.

¡En este tiempo de Navidad,
en este santo tiempo de Navidad,
como El, tú eres el hijo de Dios!
¿Un hijo? ¿Muchos?
Todos están reunidos ahora en Uno
y despertarán mecidos por el aliento de la Bestia del verano
que calienta al niño dormido para la vida eterna.

Has de ir allá,
al largo invierno del Espacio
y tenderte en agradecida inocencia
para dormir al fin.
¡Oh Nueva Navidad,
oh Dios que mueves lo lejano!
¡Oh Cristo, de muchas carnes, hecho uno,
abandona la Tierra!
Dios mismo clama.
El va a preparar el Camino
para tu nuevo nacimiento
en un nuevo tiempo de Navidad,
en un sagrado tiempo de Navidad,
en este Nuevo Tiempo de Navidad.
¿De todo esto te abstienes?

No, Hombre. No cavilarás, ni te preguntarás.
No, Cristo. No te detendrás.
Ahora.
Ahora.
Es el Momento de Irse.
Levántate y anda.
Nace. Nace.
Bienvenida la mañana del Noveno Día.
Es el Momento de Irse.
¡Alabado sea Dios por esta Anunciación!
¡Canta alabanzas,
regocíjate!
¡Porque es tiempo de Navidad,
y el Noveno Día,
la Eterna Celebración!"

"Fantasmas de lo nuevo; Cristo Apolo." - Ray Bradbury.

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